Yo también creo en la propiedad privada, la libertad personal, el esfuerzo individual y la promoción de la mentalidad emprendedora e innovadora sin tener que esperar a que Papá Estado lo dé todo hecho. Pero todos ellos son valores de los que los pseudoliberales se quieren adueñar (si leeis alguna de esas revistas económicas que podemos ver en algunos quioscos e incluso de forma gratuita en muchas facultades de económicas y derecho españolas, supongo que para “complementar” la formación de nuestros universitarios, me entendereis). El problema es que según estos pseudoliberales es el capital y su acumulación lo único que actúa como motor de estos valores. Llamemos entonces “liberalismo económico” a su ideología y “libertad para el capital” lo que ellos realmente defienden.
No me parecen mal, incluso me uno a ellas, las críticas al (falso) sistema comunista que anuló las mentes y el sentido de responsabilidad individual, incluso al excesivo protagonismo de lo público. Me alegro de la caída del muro de Berlín del que tanto se ha hablado últimamente con motivo de su 20º aniversario. Algo de como se vivía antes de la caída lo llegué a vislumbrar en los 6 meses que viví ya hace años en una pequeña ciudad de Mecklenburg, en la Antigua República Democrática Alemana. Lo que allí sí conocí directamente fue el sufrimiento de muchas personas que se vieron arrolladas por la ola capitalista tras la caída del muro, sin que nadie de esos defensores de la libertad personal hiciera nada para integrarlos efectivamente en la sociedad “del progreso”. Aun hoy esa zona tiene uno de los índices de paro mayores de Europa.
Y es que es ahí donde mis amigos pseudoliberales (con sus mandamientos de presupuesto equilibrado, inflación controlada, crecimiento “sostenible”, redistribución limitada de la riqueza y mejor educación para todos) y yo no coincidimos. Llamaban y llaman idealistas a los que quieren cambiar el mundo, simplemente porque defiende que este puede tener como motor de desarrollo la solidaridad y el bienestar social en vez de la acumulación de capital. ¿No son ellos idealistas al esperar que cada persona, por muy buena educación que reciba, se vaya a comportar éticamente según el principio kantiano del imperativo categórico? Con que un sólo grupo de personas sin escrúpulos irrumpa en esa sociedad liberal ideal ya sería suficiente para causar un desequilibrio tal que las diferencias sociales crecieran y crearan más sufrimiento que desarrollo.
La parrilla de salida es demasiado estrecha, y los que salen en la “pole position” tienen una ventaja determinante. Pero es que además no es justo que las desigualdades lleven a tanta población como hoy en día por debajo del nivel de acceso mínimo para cubrir necesidades básicas del desarrollo humano (alimentos, agua, energía, comunicaciones, participación social, oportunidades de desarrollo personal más allá del capital, etc., son muchos los autores que han trabajado este concepto de necesidades básicas humanas, donde que el capital sólo es una herramienta para cubrir algunas de ellas).
Creo que son muchos a los que no nos motiva el ganar más y más dinero, crear empresas más y más grandes (en unos casos por un loable intento de ir más allá, y generando de paso puestos de trabajo de cierta calidad y desarrollo social, en otros buscando una simple acumulación de capital y poder), pero sí tenemos esos valores de superación para lograr otras muchas metas que también son desarrollo. La llamada economía social está en ascenso (y no es algo reciente), y es sólo un ejemplo. ¿Es justo entonces que quienes no tienen esa ambición de acumulación de capital queden excluídos de la sociedad? ¿Y que pasa si además están en un país de los llamados “en desarrollo”, donde además de la dimensión personal o social interna cuenta la diferencia de oportunidades de desarrollo marcada por la historia y por las injustas reglas actuales por las que los “países desarrollados” pretenden mantener el status quo?
La libertad de una persona acaba donde empieza la de los otros y también donde empieza la de la sociedad donde uno vive. La globalización (que no deja de ser el hecho de que las actuaciones desde una serie de sociedades afectan mucho más allá de esas sociedades hasta alcanzar a toda la Tierra) hace que esta restricción a la libertad individual se extienda a todo el planeta y a las próximas generaciones. Por tanto, en primer lugar por mi culpa, al consumir de forma irresponsable, y de mi “mamá comunidad social donde vivo” y mi “papá estado” por no facilitarnos información ni educación adecuada para modificar los hábitos de consumo irracional (más bien promoverlo), se está provocando la falta de libertad para un desarrollo humano adecuado de muchos otros seres humanos. ¿Es eso la libertad que defienden esos pseudoliberales (que además se posicionan de forma política e ideológica negando taxativamente y sin mayores estudios el cambio climático y la negativa influencia del hombre en su ambiente para poder justificar el expolio necesario para mantener esos “valores sagrados” que defienden)? En un clarificador libro (y sorprendentemente lúcido y de actualidad a pesar de haberse escrito a principios de los 70) llamado “Lo pequeño es hermoso”, explicaba como incluso desde la economía tradicional el expolio al ambiente es injustificado, ya que se está tratando los recursos naturales como rentas y no como capital. Es como si en una empresa se esté gastando el dinero y bienes que la constituyen y le dan cuerpo. Ningún economista en su sano juicio diría que esa empresa es ejemplar...
Es importante que el Estado esté ahí para tratar de que la “parrilla de salida” sea mucho más ancha que larga, y si el Estado no lo consigue, la propia gente organizada la que defienda sus derechos (a través de los, también por estos pseudoliberales denostados, sindicatos, colegios profesionales, ONG y otros movimientos sociales). Y eso, amigos pseudoliberales, ustedes no lo entienden, porque el mercado que según ustedes nos hará libres, tampoco entiende de esto, por mucho que se empeñen ustedes en defender las “mejoras sociales y ambientales” que la liberalización económica produce, como inexplicablemente tampoco quieren entender los límites físicos del ecosistema, su fragilidad y el poco conocimiento que aun tenemos de sus interrelaciones, y hayan decidido que lo mejor para la “libertad” sea negar lo evidente citando científicos y blogs que descubren el presunto fraude del cambio climático por alguna mala práctica del Panel Intergubernamental del Cambio Climatico. Incluso el más escéptico o hedonista “libertario” posiblemente aplicaría el principio de cautela (lo que haría un pater familias diligens como siempre menciona Carlos Taibo) ante los reiterados avisos de la gran mayoría de la comunidad científica (a la que no veo la razón de que se pueda acusar de no defender la libertad).
Lo peor es que cuando estos pseudoliberales defienden a las empresas y acusan a la izquierda de ser el acérrimo enemigo de las mismas, se echa de menos en ellos una defensa real y fundamentada de las PYMES, mucho más adecuadas como motores de la economía y generadores de desarrollo equilibrado territorialmente, tejido social y empleo sostenible. No, es mucho mejor promocionar a multinacionales “españolas”, ya que son la imagen de la España moderna. Desgraciadamente eso es cierto, yendo a cualquier país sudamericano se tiene dolorosamente consciencia de ello, cuando te preguntan tu nacionalidad y dices que eres español te responderán con muy poco entusiasmo “ah, como tal o cual multinacional española”. En fin, Colón ya pasó de moda (y muchos tampoco saben que el Madrid o el Barcelona son equipos españoles). Señores, las empresas transnacionales son eso, empresas y transnacionales, así que no defienden libertades (más que la suya, legítima por otra parte, de ganar dinero allá donde puedan maximizar esa ganancia) ni por supuesto culturas (aunque sí tengamos que aguantar que sean nuestra imagen).
Por todo esto, que no es poco, déjenme decirles que esa libertad que ustedes dicen defender no es la de el esfuerzo y superación de las personas, es la del dinero como motor del desarrollo y el bienestar, un dogma de fe (porque no dan pruebas) en el que sinceramente no creo. No nos hagan comulgar con ruedas de molino.
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