De El Remate a Flores fuimos en minibus, y de ahí a Río Dulce en un bus que nos dijeron en la estación de Flores que iría rápido y sin paradas, y realmente viajó haciendo muchísimas paradas antes de llegar, ya anocheciendo, a Río Dulce (100 quetzales nos cobraron en la estación, cuando realmente valía 75, y además engañándonos con lo de que era directo, se nota que hay ya cierta “degeneración turística” en Flores, si se busca tranquilidad y buen rollo mejor El Remate sin ninguna duda).
En Río Dulce un miembro de la cooperativa de lancheros que esperaba en la parada del bus nos guió a un hotel casi bajo el puente más grande de Centroamérica, el Vista Río, cuyo propietario era un tejano (y también gringos eran la mayoría de los que tomaban cerveza en la agradable terraza con vistas al Río Dulce).
Vista sobre el río Dulce desde el hotel Vista-Río
El puente más grande de Centroamérica
Aun tuvimos tiempo de ir a charlar en el muelle de lanchas colectivas con miembros de la cooperativa de lancheros, y enterarnos de todos los detalles de su organización y del viaje que pretendíamos hacer al día siguiente por el Río Dulce hacia Livingston. Las personas que llegaban en transporte colectivo debían ir en lancha colectiva, y los miembros de la cooperativa se turnaban en los viajes diarios (como mucho dos en cada sentido, ya que Livingston no tiene conexión por carretera con el resto del país, de ahí que su cultura garífuna se haya mantenido muy bien, siendo el único sitio de Guate que se conserva, el resto de la costa Caribe del país es de Belice, a la que llamamos Guatepeor por el sucio truco empleado para arrebatarle ese terreno a Guatemala). Si alguien quería un servicio especial a nivel particular, entonces el viaje lo hacía el que primero encontrara clientes. Como había veces que la cosa no estaba clara y se daba cierta picaresca, se sancionaba a los infractores y se les ponía en una lista en el muelle con los turnos de penalización que el órgano de dirección de la cooperativa acordara.
A las 7 am salimos del muelle del hotel, donde la lancha pasó a recogernos, y tras acercarnos al Castillo de San Felipe (uno de los que construyeron los españoles para defender el Río Dulce de los piratas, igual que en Río San Juan en Nicaragua), bajamos por el Río Dulce en 2 horas de apacible viaje, viendo islotes llenos de pájaros, grandes paredes calcáreas casi cubiertas de vegetación, jardines de nenúfares, niños cuyas bicicletas eran barquitas de madera tipo kayac y hasta una piscina de aguas termales sulfurosas, donde hicimos una parada para descansar y quien quisiera bañarse en ellas o ver unas pequeñas cuevas en una excursión de apenas 10 minutos.
El Castillo de San Felipe...
...niños cuyas bicicletas eran barquitas de madera...
...jardines de nenúfares ...
...grandes paredes calcáreas casi cubiertas de vegetación ...
Ya en Livingston, (bienvenidos a Zimbawe, decían algunos chicos estilo rastafari desde el muelle, para asombro de una niña guatemalteca del altiplano que viajaba en la lancha con su madrina española y no se podía creer que hubiera compatriotas suyos tan negros...), tras una dura negociación con el lanchero, sin siquiera bajarnos de la lancha, nos acercamos a un lugar llamado los 7 altares, donde un río baja al encuentro del mar en diversos saltos en cascada (desgraciadamente estaba seco, pero la caminata y el chapuzón en la zona de más altura de la cascada merece bastante la pena). También se podía ir por tierra desde Livingston, pero el coche te deja a medio camino y luego hay al menos otros 30 minutos caminando. Con el poco tiempo que teníamos optamos por la lancha, que nos dejaba en el embarcadero, al lado de la entrada de la finca, propiedad de un garífuna que cobraba 2 euros la entrada, en un un curioso edificio de madera que era como una mezcla del salón de su casa (con altares, fotos, carteles interesantes como el del idioma garífuna y demás) y un bar (allí había incluso un par de policías, no sé qué vigilarían en esta zona tan apartada...).
Cartel en la "recepción" en la finca 7 altares, algunos aun valoran su lengua...
El altar más grande de los 7 altares
De vuelta a Livingston nos alojamos en el hotel Casa Rosada, 20 dólares por cabañita doble con baño compartido, en plan rústico, pero muy tranquilo y con su propio embarcadero (donde nos dejó la lancha y donde nos vendría a recoger al día siguiente la que nos llevaría al próximo destino). La ciudad es pequeña, bulliciosa, típica del Caribe centroamericano (parece que también en lo que se refiere a la droga y sus problemas con muchos jóvenes y ajustes de cuentas). Está bien conectada por mar (ya que no por tierra), tanto con Puerto Carreras (la otra ciudad guatemalteca en el Caribe) como con Belice y Honduras. Para agilizar nuestro viaje a la isla de Utila, en el Caribe hondureño, nuestro siguiente destino, optamos por apuntarnos a una ruta que por 50 $ en Happy Fish o Travel Express (agencias que se pueden encontrar en la calle principal dentro de bares con sus terracitas) nos llevaban en lancha a Puerto Carreras, y de ahí en minibus directamente al muelle de La Ceiba, la tercera ciudad en importancia de Honduras, desde donde se agarra el ferry a las islas de la bahía Roatán y Utila (para ir a Guanaja, la más inexplorada, hay que ir a Trujillo o pagar un pastón para viaje privado, además de que es con diferencia la más cara de las tres).
Esa noche, cenamos ceviche y un delicioso tapado en un restaurantito al lado del mar, Don Bonifaz, donde aunque tardaron en servirnos, mereció la pena... Eso sí, nos quedamos sin ver ese día la Punta, danza típica garífuna del Caribe de Guatemala y Honduras (en Nicaragua tienen su Palo de Mayo), que se puede ver en un club musical que hay en la zona, o en alguno de los bares con terraza de los que hay en la calle principal.
En primer plano, el tapado, con su pescadito, su cangrejo y bajo el caldito de coco y otras cosas, otras sopresas vegetales
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